
Cuidado con el bacalao y abraza los congelados
El proyecto 32.5, un informe de quince páginas publicado en 1956, tenía como propósito poner a prueba la resistencia de los alimentos congelados a una explosión nuclear. Para llevar a cabo el estudio, se cubrieron de hielo y se enterraron en trincheras poco profundas, a 387 y 838 metros, respectivamente, del lugar donde una bomba de 29 kilotones iba a detonar, así como se almacenaron otros víveres en congeladores de las casas de la ciudad de la supervivencia, a 1,4 kilómetro de la zona cero.
29 kilotones, para que nos hagamos una idea, es el doble de potencia que la de Hiroshima. Así que fue más que suficiente para cubrirlo todo de radiactividad. Pero no todos los alimentos la absorbieron por igual, tras esperar dos días y medio antes de desenterrar la comida, tal y como explica Pierre Barthélémy en su libro Experimentos de ciencia improbable:
Los lomos de bacalao resultaron ser los más radiactivos, por delante de los guisantes. Las fresas no presentaban ninguna anomalía. (...) Un análisis evidenció que las propiedades nutritivas no se habían visto mermadas, salvo por un descenso en los índices de vitamina B9 de las patatas fritas congeladas. Un equipo de voluntarios garantizó asimismo que en lo que respectaba al sabor, la textura y la apariencia no se apreciaban diferencias notables con respecto a los alimentos control.
¿Y los alimentos de los congeladores? Pues no presentaban ninguna señal de radiactividad. Con todo, el informe advierte de que el consumo de alimentos expuestos a la radiación "debe evitarse en la medida de lo posible durante las dos primeras semanas, salvo en caso de necesidad urgente."
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