Escuadrón suicida de Chernóbil.
Los tres hombres voluntarios
La fábula cuenta que tres operarios de la central, Alexei Ananenko, Valeriy Bezpalov y Boris Baranov, se ofrecieron voluntarios para entrar en los cimientos inundados de las piscinas, hallar las válvulas de escape, abrir las esclusas, drenar la zona y salvar a la humanidad de un apocalipsis certero. Lo harían conocedores de una muerte casi inmediata, entre aguas de colores brillantes y unos niveles de radiación incompatibles con la vida. Y lo harían por el bien de millones de personas.
El relato contiene elementos de realidad y de fantasía, o más bien, de licencias literarias.
Por un lado, Ananenko, Bezpalov y Baranov no fueron las tres únicas
personas que se introdujeron en las cámaras inundadas bajo las piscinas
de seguridad. Tanto los equipos de bomberos como otros técnicos de la
central habían trabajado durante los días previos para vaciar parte del
agua. Los primeros bombearon las salas logrando reducir la inundación a
la altura de la rodilla, cuando no del tobillo. Los segundos habían
entrado para medir los niveles de radiación.
De modo que cuando el
trío de héroes se introdujo en las cámaras lo hizo con cierta cantidad
de información. No fue un acto ciego. Ananenko y Bezpalov habían
colaborado en la construcción e instalación del sistema de seguridad.
Conocían su infraestructura, la canalización, la posición de las
tuberías principales y el punto exacto donde encontrarían las válvulas
que abrirían las compuertas y vaciarían el agua. Lo harían eso sí, a
oscuras, por lo que necesitarían a Baranov para iluminarles.
¿Fueron voluntarios? Lo más probable es que sí. Como se explica aquí, la gran mayoría de liquidadores eran conscientes de lo que se jugaban al lidiar con la catástrofe de Chernóbil, y lo hicieron en plena posesión de su voluntad. Pero al mismo tiempo lo hicieron porque era su trabajo. Ananenko ha dado muy pocas entrevistas, pero en todas deja traslucir cierto deber rutinario en su incursión en las cámaras.
El hecho es que todo el equipamiento estaba distribuido entre talleres, y dado que las piscinas a vaciar quedaban bajo la responsabilidad del área de servicio de la sala del reactor Nº 2, era el personal de esta unidad quien debía realizar la tarea. Por supuesto, se daban casos en los que el personal de turno de un taller cualquiera no era suficiente para una tarea, y en ese caso otros trabajadores se incorporaban. Pero en cualquier caso, cualquier operación que requiriera de equipamiento debía ser realizada en presencia o bajo la supervisión de un representante del taller responsable.
Es decir: Ananenko estaba allí porque era su deber. Muy literalmente.
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